Adam Smith y su filosofía
Resulta enriquecedor entender la relevancia de su faceta ética y política. Si bien es tenido, con justicia, como el padre de la economía moderna y del liberalismo, afirmar que sus razonamientos estuvieron centrados en el estudio del bienestar general y en los efectos de la célebre “mano invisible” resulta insuficiente. Y es que, por llamativo que pueda parecer al lector contemporáneo, tanto para Smith como para el resto de sus coetáneos la economía política supone una parte de la filosofía moral.
“Por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de otros, y hacen que la felicidad de éstos le resulte necesaria, aunque no derive de ella nada más que el placer de contemplarla.”
Cuatro son, a juicio de Smith, las virtudes morales capitales (en las que se recoge un influjo muy plural, platónico, aristotélico, estoico y epicúreo): el dominio de sí mismo, la prudencia, la justicia y la beneficencia.
- El dominio de sí (o self-command), se encuentra estrictamente relacionada con algunas virtudes clásicas de vertiente marcial. Ningún conocimiento adquirido permitirá al ser humano cumplir con su deber si antes no ejerce dicho control. Así, escribe Smith que “El hombre verdaderamente firme y constante, aquel que es sabio y justo y que ha sido meticulosamente formado en la escuela del self-command […] en el éxito y en el fracaso, en la prosperidad y en la adversidad, en presencia de amigos y de enemigos ha sentido a menudo la necesidad de respaldar” el sentido del deber. Y es que, asegura, “No hay carácter más despreciable que el del cobarde”, pues “admiramos al hombre que soporta el dolor e incluso la tortura con hombría y firmeza”, de igual forma que tenemos en escasa consideración a quien “sucumbe ante ellos y se abandona a protestas inútiles y lamentaciones”. Una virtud, como vemos, relacionada estrechamente con el estoicismo.
- Respecto a la prudencia, Smith establece que “Cuando la conducta sabia y juiciosa se dirige hacia propósitos más nobles e importantes que el mero cuidado de la salud, el rango y la reputación del individuo, es frecuente y muy adecuadamente llamada prudencia”, que supone “la máxima perfección de todas las virtudes intelectuales y morales”. la prudencia se encuentra “vinculada a lo propio y promueve la recurrente defensa que hace Smith del derecho de todas las personas al ‘mejoramiento de nuestra propia condición’. Lejos de lo que pudiera pensarse, esta suerte de amor propio no tiene que ver con el egoísmo o avaricia del homo economicus, sino con la vertiente eminentemente ética (y social) del ser humano, determinada por la interacción social que conduce a las normas morales (pues “El amor propio puede ser muchas veces un motivo virtuoso para actuar”). El hombre que actúa conforme a las normas de la perfecta prudencia, de la estricta justicia y de la adecuada benevolencia puede decirse que es perfectamente virtuoso. […] El más perfecto de los conocimientos, si no está avalado por el más perfecto de los self-command, no siempre permitirá al hombre
cumplir con su deber.
Smith fijó su primer libro como la más alta e importante de sus creaciones intelectuales, y en él expone su convicción de que la mera moralidad no es más que corrección, mientras que la virtud es la que conduce a la excelencia. La corrección no hace más que ayudarnos a vivir entre nuestros semejantes, gracias a una suerte de instinto social innato presente en todo ser humano. Tal corrección e incorreción se sigue de la simpatía, siguiendo en este punto a la escuela escocesa de filosofía moral, que puso de manifiesto la importancia del sentimiento sobre la razón en cuestiones de ética. Aunque, nos avisa Smith, tal simpatía puede caer en el error y no siempre resulta perfecta en su funcionamiento. El único punto claro en este sentido es la aparición del egoísmo, incompatible con la simpatía. La única virtud indispensable para el sano desarrollo de la sociedad es la justicia. Y a este respecto Smith será claro: se puede vivir sin beneficencia, pero no sin justicia.
Sin duda, la lección más fundamental que podemos aprender de Smith en estos tiempos de globalización, desigualdad y despilfarro es que la economía ha de estudiarse y estructurarse como una disciplina que forma parte de la filosofía moral. De otra forma, corremos el peligro de que sus largos tentáculos se independicen del control humano y seamos nosotros, los artífices de la economía, quienes vivamos bajo su pesado y doloroso yugo. Quizás sea más necesario que nunca retomar su teoría sobre el espectador imparcial…:
Cuando intento examinar mi propia conducta, cuando intento emitir un juicio sobre ella y la apruebo o la condeno, es evidente que, en todos esos casos, me divido en dos como si de dos personas distintas se tratara; y que yo, el examinador y juez, represento a una persona distinta a mí mismo, cuya conducta es examinada y juzgada. El primero es el espectador, a cuyos sentimientos con respecto a mi propia conducta intento ingresar poniéndome yo mismo en su situación y considerando qué me parecería a mí aquello si lo viera desde aquel particular punto de vista. El segundo es el agente, la persona a quien apropiadamente llamo el yo y sobre cuya conducta, en la figura de un espectador, he intentado formarme una opinión. El primero es el juez; el segundo la persona juzgada.
Fuentes:
- @ElVueloDeLaLechuza
- La riqueza de las naciones (1776), Adam Smith.
- Teoria de los sentimientos morales (1759), Adam Smith.
- El esencial Adam Smith (1986), Robert L. H.
- Adam Smith en Contexto “Una revaluación crítica de algunos aspectos centrales de su pensamiento”(2017), Leonidas Montes Lira.